El personaje

de Ricardo Yattah

Pero qué cosa . . . me cansa, me irrita, desconcierta y enferma esta misión que me encomendaran.

Cierto, la búsqueda se hace densa, grisácea, infausta y me lleva por donde no quiero ir.

Cómo decirle a mi comitente que no quiero seguir; cómo hacer para que no se ofenda; tal vez él cree que me faltan agallas y vive desconsolado esperando un milagro de mi parte. Quizás piensa que soy su salvación o al menos su redención. Es que está loco y no lo admite. Por eso no puedo dejarlo solo, porque es hasta capaz de inmolarse.

Sus ojos, su mirada vidriosa cuando sufre, su semblante opaco, sus brazos levantados en imprecaciones disonantes y esa voz entre dolorida y vengativa . . . asustan, conmueven, hacen añicos mis ideas . . . y mis nervios.

Aún así, deseo ayudarlo. Pues este hombre es un poco el fruto de mis convicciones, de mi febril imaginación, de mis horas de meditaciones profundas . . .

Y lo hago, lo sigo haciendo todos los días; busco por aquí, por allá, por acullá. Remuevo piedras, poceo los jardines, meto la pala en todo terreno, transpiro . . . bajo soles y lunas . . . fuerzo mi crisma en aras de recordar lo que él no recuerda y desespera.

Pero no puedo desfallecer ni abandonar el compromiso. Si le dí esperanzas no debo quitárselas . . . sería como quitarle la vida . . . aunque en él la vida es apenas un débil reflejo de lo que es la vida . . .

Nació en el sufrimiento y morirá en él. Nada de compartir anhelos y sueños con sus semejantes. Ni siquiera tiene alguna idea del amor.

Esmirriado, rotoso, a veces sucio, la barba desprolija y esa osamenta debilitada sobre la que apoya sus carnes magras y cenicientas. Lo que se dice un despojo . . . sí . . . no más que eso . . . un despojo humano y lo de humano es demasiada largueza.

Cuando me encuentra y pregunta sobre lo único que puede preguntar, su discurso anómalo, monótono, cansador y frívolo, me contagia de su desespero, sus insomnios, su inapetencia, su sed de venganza y sus frases sacrílegas. Es un monstruo, no una persona. Un monstruo vestido de escasa humanidad.

No obstante no es el único ejemplar en el universo de los vivientes. Hay legión de legiones desparramados por el orbe. Siempre sumidos en idéntica obsesión, en el desprecio hasta de sí mismos. Rara y desconcertante especie dentro de nuestra especie.

Pero existen, son y . . . a veces es nuestra culpa. En este caso, mi culpa.

Mientras les voy desgranando estas cosas que vivo, acabo de sentir que la pala choca con algo. Estoy cavando en mi propio jardín, bajo un árbol que me brinda sombra y descanso cada tanto.

Oh . . . no lo puedo creer . . . sí . . . bajo la piedra una bolsa, envuelta en otra y a su vez en otras más. Atadas torpemente en los extremos. Claro . . . ya no me caben dudas . . . encontré lo que él buscaba afanoso . . .

Su riqueza, unas cuantas monedas de oro . . . están a la vista.

Mi personaje, el miserable “avaro” se ha salvado . . .

Firmado: Molière

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