Una llamada profana

Por Ricardo Yattah

Un hombre, no vi su rostro. 

El telefono con mensaje de guarda en el apartamento del hermano obeso. El mensaje lo envia la amante y el no atiende porque esta en camino a casa de ella. 

La sempiterna hermana protectora no escucha al campanilleo. Es en descanso. 

Y lo cierto, lo que no se me escapa, el hombre de rostro oculto se intrusa en la linea, levanta el tubo y escucha el mensaje grabado, un sacrilegio mortal por violar requiebros de tenor intimo y personalisimo. 

Mi reaccion inmediata. Yo, el hermano faquir lo reprendo con violencia, le obligo a salir del apartamento (no imagino como hizo para entrar). Lo sigo hasta la callejuela poco iluminada frente a la estacion. Y al detenerse y burlarse del mensaje telefonico parece un arlequin malnacido. No se lo que quiere. Puedo ocurrir cualquier cosa. Saco el cuchillo del cinto y quiero matalo . . . pero solo lo hiero. Escapa, montandose en el ultimo vagon de la formacion hacia la provincia. 

Me quedo mirando. 

Un colgajo de hilo sisal quedo a la intemperie, alla por la barriada. Con el traqueteo del tren y la ruidosa avenida; tranvias, colectivos y algun que otro taxi negro como los Packard viejos. 

A la vuelta, el mercado donde todo como en botica. Me aplasta el olor a ciudad de plebeyos. Queda grabado en mi memoria abierta sin que el olvido me redima. 

Claro que estas caricaturas sin tiempo no son de vigilia; son de la noche y del descanso movedizo y pesado de mi sueno insomne. Porque al despertar no se si aun sigo sonando o la claridad rompio el acertijo. 

Al despertarme, mi calma es amorfa. Enjuago el paladar, tomo un poco de cafe, y salgo al patio aqui a respirar la manana. No hay lluvia, solo nubes. Dia gris y apasionado (para un mistico como yo). 

Y me digo lo que le digo al Eterno: si has de permitir que mi mundo onirico este siempre conectado a traves del imaginario colectivo (con tiempos en diacronia y planos superpuestos) prosigue tu obra . . . es la mia. Si asi no fuere, devuelveme el nombre que te he prestado. Pues sin desmayos, el hermanazgo espiritual entre el obeso y el faquir nadie lo rompera jamás. 

Y por si fuera poco, ahora me quiero y no puedo recordar el rostro del intruso. Se me hace uno de los tantos enemigos nuestros porque nosotros dos somos devotos del amor de amigos. 

Y si fuera el que pienso ?

No, no lo digo . . . Dios le cierre la herida que yo le abriera, pero vivira en lo que le resta y nos resta en el Purgatorio. Cuando apunte para el portico, no lo dejare pasar al Paraiso. 

Cuando llega la noche, prendo una vela. Por las dudas. 

San Andres, Marzo del 2011

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